“Reinaba la intranquilidad, ella tímida inclinaba la cabeza para que él se acercase, pero a él le faltaba el valor. Ella dio media vuelta y se alejó.”
Con animo de amar (Film de Wong Kar-Wai)
Era un Jueves de verano, la noche me atrapó en la soledad de mi casa, compartiendo mi tiempo con el cine, la poesía, la aventura cibernética de descubrir nuevos rumbos en los cuales perder el tiempo.
Sentirme dueña de mi propio espacio, disfrutarlo, explorarlo y descubrirlo, explorarme y descubrirme. Después de un año, relación perversa, miles de lágrimas ahogadas, cientos de llantos explosivos, impotencias de algo que se confundió con el amor, angustia permanente, alimento de mis males, mi casa finalmente se había convertido en mi hogar.
El silencio sólo era amenizado por un buen tema de jazz, las palabras fluían en algún nuevo escrito, de alguna manera estabas presente, pero no quería terminar de asumirlo, casi casi como una manera de no saltar a un sitio que sabia podía hacerme daño.
La brisa le jugaba una pelea a la densidad del aire, y en el exacto momento en que nos derrotaba, sonó el teléfono.
Del otro lado tu voz no anunció excusa, motivo, razón de porqué un llamado, luego de meses de conocernos, un primer llamado, nocturno, taciturno, con ánimo de amar.
Al final, sólo nos quedaría el ánimo, en una historia de no historia que nunca se concretó, no tuvimos el valor. Y ahora somos, ya ves, dos extraños, enfrentados por la rutina cotidiana pretendiendo no ser algo que nunca fuimos, con el dolor ganando las entrañas, la melancolía de la impotencia, la incapacidad del amor.
Con ánimo de amar.
Recuerdo nuestros momentos juntos, que pasan como momentos de felicidad convertidos en memorias melancólicas, elaborados en angustia ante la incapacidad de sintetizarlos en historia nuestra.
Esa noche hablamos sobre nada, sobre las rutinas cotidianas, las situaciones de todos los días, las familias, mi mascota o los recuerdos de nuestras últimas historias, memorias que nosotros nunca construimos.
Y a falta de recuerdos mutuos los invento, en una mezcla de realidad y ficción cuyos límites se hacen difusos.
El llamado como momento mítico, fundación mítica de una relación que no sería tal, de recuerdos impregnados de Buenos Aires.
Una, dos o tres noches después la ciudad nos encontraba en soledad, en una noche en la cual la brisa si le había ganado a la densidad del aire de verano. Disfrutamos la música rodeados de bosques y lagos, amigos, estrellas, frescura de verano que se hacia piel en tus ojos. Me miraste y me sentí bella. Yo, aún niña, me sentí mujer, sensualidad hecha sujeto en nosotros, ternura y pasión conjugadas en ojos claros, inocencia sin jugar a ser infantes, amor.
Con ánimo de amar.
La despedida, Jardín Botánico y árboles que se conjugaron en ese instante para dejar caer hojas amarillentas, regalándonos una escena de otoño, ese otoño al que nunca llegaríamos, ese otoño que jamás nos pertenecería.
Nos dijimos adiós, me fui convencida que allí empezaba una historia. La historia se encargaría de demostrarme lo contrario.
Hoy te extraño. Hoy amaneció frío y soleado. Mañana de otoño, de esas en que el sol no lastima si no que acaricia. Hoy te extraño.
Aquella noche de otoño en medio del verano fue un regalo para ambos. La simpleza con la que llegamos a esa noche, la disfrutamos, nos pertenecimos como tácito acuerdo, dejando de lado diferencias y prejuicios, la razón de una realidad que se nos imponía como diferencia, simpleza de nosotros y el mundo en una noche mágica que no puedo dejar de evocar intentando recordar el momento en que me acerqué demasiado tímidamente, tan tímidamente que a vos te faltó el valor.
Con ánimo de amar.
Luego vendrían otras charlas, las distancias, los correos nocturnos, guardianes de nuestra historia, incitándonos a pensarnos, a imaginarnos, noctámbulos en la noche, soledad del hogar, música de fondo y palabras que atraviesan el ciberespacio para hacernos uno.
Y la noche en que me acerqué tímida y a vos te faltó el valor.
El tango una vez más, el vino y la noche.
Me dedique a ser tuya. Me entregué, con la prudencia de quien no termina de encontrar respuesta del otro lado. Quizás lo suficientemente tímida para que no te animaras, quizás lo suficientemente entregada para que no tuvieses el valor.
Con ánimo de amar.
Desaparecer, no animarte. Angustia de no saber de vos, incapacidad de enfrentarte.
Y al final la agresión, el dolor de no enfrentarme. Dos extraños en la vida cotidiana jugando a ser dos desconocidos, a no pertenecernos.
El deseo se hace carne y la melancolía brota de mis ojos. Incapacidad de enfrentarte.
Bronca de impotencia, rencor de falta de valor.
Y lo inconcluso convertido en pesadilla de lo que no pudo ser.
Alejarme.
Extrañarte.
Incapacidad de amor.
Con ánimo de amar.
Se nos fue el amor, nos quedó la impotencia de lo inconcluso que nos retorna como incapacidad de relacionarnos, como vergüenza de algo que no existe (o quizás por eso), como nuestros peores miedos estallando en nuestros rostros y recordándonos lo frágil de nuestro ser, de nosotros como un uno que no fue, de nosotros como dos sujetos presos de la ciudad sonámbula.