lunes, enero 09, 2006

La revancha ¿o el comienzo de la caída final?

Así pues, me amaste en menos de lo que dura un mes. Me suplicaste amor bajo una la víctima-cara de que ya eras demasiado viejo para el amor, como si tres décadas y un tanto se hubieran consumido tu vida, una vida que había imaginado lucha, victorias y sin embargo… tanto ruido y al final… como me cantarías aquella noche, no recuerdo exactamente cual, pero podría ser aquella que nos fuimos para el tango…
La secuencia a veces no me importa. Me distraigo contando eventos, sensaciones, noches (la nuestra fue una historia creada en la noche, dirías alguna vez), momentos. La idea de momento implica que tiene un fin cercano, que se extingue al instante, que se muere por definición; elaborabas esa idea con mirada trágica cada vez que confesaba haber pasado un lindo momento con vos, creando la tragedia en donde sólo había la simpleza de estar encontrando momentos inigualables, la simpleza de vida.
Pero volviendo a la secuencia, quizás como un ejercicio ordenador: evento maldito. El evento al que llegue sin conocer más que a dos recientes compañeras de facultad y me encontré –te busqué - con vos (o con aquellas voz que años antes había escuchado en el colectivo 60, voz sin rostro contando una historia de vida que me había enamorado), y también con ella, cuerpo correcto, pelo lacio y rubio, simpleza en los rasgos, casi casi como esas niñas que ya están en la vida pero aún no han empezado a vivir, y sin embargo eran ustedes, algo había y no entendía que… Y allí empezamos una historia de astronautas y brujas.
Otro evento: Fiesta de recibida, mi fiesta, mi gente, aquella noche que deje todo para estar cerca tuyo, para compartir mi mirada, mis sentimientos que sentía tan cercanos a los tuyos. Aquella noche que me interceptaste en el pasillo exactamente cuando la lluvia decidía que ese beso debía estar bañado de gotas de amor. Aquella noche que la tormenta fue tal que quizás logró silenciar nuestros gritos de amor en la escalera en la que decidimos refugiarnos para ser uno, para entregarnos, para ser sexo, pasión, amor, lujuria, tu sexo y el mío mientras todo alrededor no importaba. Fuimos nuestros y te acompañe al colectivo inaugurando un ritual que sólo se rompería nuestra última mañana juntos.
Y así se sucedieron las noches de sexo, alcohol, música, cenas… hasta el tango. Y esa noche del tango me enamore de vos, aunque cuando me preguntaste mi respuesta fue no (¿me enamoré de vos esa noche o simplemente lo elabore como una especie de mito?).
Te fuiste de viaje, no dijiste a dónde y no pregunte. Volviste diciendo que te ibas al sur a “buscar un lugar”. Te espere, sola, decidí esperarte sin estar con nadie. Decidí ser tuya. Para que al volver me enterará que te habías ido a buscarla a ella, cuerpo correcto, niña que ya estaba en la vida pero que no había empezado a vivir. Ella había decidido empezar a vivir en otros lares, México creo, no es importante. Decidió eso por sobre ustedes y vos decidiste el final, me contaste en la cita que armamos cuando volviste de ese viaje. También me contaste que, circunstancias de la vida, se le había cerrado esa oportunidad y decidía volver a vos… y vos decidías volver a ella; el argumento era la “falta de compromiso” de nuestra relación, lo dijiste casi casi como exigiendo un grito de retención. Y no. Me invitaste a tu casa (un año después esa fue la única vez que iría a tu hogar, del que probablemente no recuerdo nada) y fuimos sexo una vez más, fuimos eso que éramos tan bien juntos, fuimos sexo y alcohol y me dormí a tu lado. Me fui y sentí: tengo mi vida de vuelta…
Pero no tardarías en aparecer, en buscarme, en comunicarme ganas y necesidad de verme… hui, escape, busque en otras personas... pero llegó aquella noche de San Telmo (la cuestión de ser todos del “grupo” nos “encontraba”). La noche que pase distante y casi lo logre, hasta que el puto destino que me une a vos me encontró frente a tu grito exigiendo mis miradas de amor. Callejón de San Telmo y escalón de un viejo caserón para volver a besarnos, a sentirnos, la culpa, la excitación, el llanto, la infidelidad, el miedo, el taxi que nos llevo a un bizarro telo barato de Congreso, casi como presagio de lo mediocre de nuestro amor… tanto ruido y al final…
Esa noche decidí marcharme. Pero en menos de un par de semanas me encontraba delante de tus ojos para escupirte que me había enamorado de vos, pero que me iba a otro lado, tal como habías decidido vos. Sufría de tus caricias en mi mano. Eran casi las doce, dos almas solitarias en El Británico, bar de almas solitarias siempre abierto. Eran casi las doce y de repente decidiste huir casi como Cenicienta, dejaste plata y te fuiste sin mas que ojos lejanía, mirada triste y victima-cara de que no me jugaba por vos, te fuiste casi como en pose de perdedor (¿no eras vos quien habías decidido dejarme?). Y no pude dejarte ir, la idea de tu partida me partía en dos, me inmovilizaba (la misma idea me desarmaría en el parque de enfrente meses después), me generaba una angustia que no podía soportar. Te grité desde la puerta del bar, y volviste. Cada uno, rodeando la puerta de entrada, me imagine una película argentina con la misma escena. Te dije: “vamos a casa” y te lleve a la casa que había estrenado días antes, prometiéndome ser mi Sabrina-refugio (Kundera), la conociste, te di el teléfono y junto a este te entregue la llave de mi ser.
Llamados de por medio decidí volver al juego, decidí que te quería conmigo y que iba a ¿luchar? por vos… me comí una novela latinoamericana y caí.
Así tuvimos nuestro primer capítulo de día (picquinique en El Tigre), de día clandestino, ocultándonos, amándonos, mate y río, idea que nos enamoró y pretendimos sentir que teníamos revancha.
Sin embargo, lamentablemente en algún lado siempre supe que me encontraba en el comienzo de la caída final.